domingo, 10 de abril de 2011

Hay noches...

Hay noches que me imagino cuánto voy a cambiar, cómo voy a ser, qué me va a pasar. Como familiares de un bebito recién nacido viéndolo por primera vez a través del vidrio de la nursery, preguntándose a quién se va a parecer, riéndose sobre a qué se va a dedicar cuando sea grande. ¡Qué deditos más largos, seguro va a ser pianista! ¡Dio una patadita, para mí que va a ser nadador olímpico!

Y hay noches que me preocupa más saber cuánto cambié, cómo soy y qué me está pasando, porque me veo cada vez más lejos de ese bebito que lo aguarda el mundo y que es como una hoja en blanco. Me siento más una hoja vieja, borroneada y amarillenta. Arrancada de un cuaderno anillado, arrugada, llena de agujeros, hojalillos, tachaduras y manchas de tinta por doquier.

Esas noches, noches bien oscuras que me desespera no tener nada nuevo para escribir pero igual lo intento porque me desespera más el tic del reloj conspirando con el tac para no dejarme dormir en paz, me gustaría tener una bola de cristal entre mis dedos. Fantaseo con consultarle si sabe si es verdad que todo se termina. Si sabe si algún día voy a ser una persona diferente, menos ambicioso tal vez, más conformista. Es que son noches que no me siento ni la mitad del hombre que puedo ser y estoy casi seguro que me voy a terminar convirtiendo en una persona normal. "¡Normal es bueno!" me gritan cientos de paradigmas impuestos milenios antes que yo fuera siquiera un proyecto, "conformate con normal". Un auto normal que quiero cambiar por un cero, con un seguro más caro y una alarma más cara, y varias horas extra a la semana para pagarlos. Una casa normal si tengo un poco de suerte y un departamento normal en la costa, si tengo mucha. Una mujer normal al lado, no aquella por la que se le cae la lengua al Lobo y los ojos se le salen de las órbitas, y - sobre todo - sueños normales de los que se olvidan al rato y no de esos que se vuelven realidad. Trabajar cuatro horas, frenar a comer, trabajar cuatro más. Revisar cada domingo si gané o no gané el quini. Hacer el amor cuando es tarde y todos duermen y no hay nada mejor que hacer, y no cada vez que me asaltan las ganas.

Pero hay noches que son soleadas, porque se convierten en día y yo ni me doy cuenta. Y escribo, y escribo, y escribo. Escribo mentiras increíbles y verdades que las conquistan como la Bahía de los Cochinos. Las palabras se materializan, son peldaños de la escalera que me va a llevar a cualquier parte; que me va a llevar al cielo si un día se me antoja probar un poco de nubes con una cuchara de postre. La fricción de mis dedos sobre las teclas creando, creyendo, sabiendo. Soy el hombre de las cavernas descubriendo el fuego. Soy un barbudo empezando una revolución roja, o mejor, de un color nuevo - inventado por mí. Soy un bebé al otro lado del vidrio del a nursery, soy una hoja en blanco, ¡un cuaderno en blanco todavía envuelto en papel celofán!

Y que se rompa esa bola de mierda, que estalle en mil pedazos antes de pasar por mis dedos. Hay noches que no quiero saber nada de antemano. Quiero descubrir todo andando.