miércoles, 29 de diciembre de 2010

Viuda Negra Frustrada (*)


ESC. 1: INTERIOR. PENTHOUSE / BAÑO. DE DÍA
RICARDO, muy relajado, está tomando una ducha. Echa la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados, dejando que el agua caiga de frente en la cara y enjuague el champú del pelo.

ESC. 2: INTERIOR. PENTHOUSE / ESTUDIO DE RICARDO. DE DÍA
      MARÍA camina sigilosamente por el pulcro estudio alfombrado. Pasa junto a los estantes de madera repletos de biblioratos y anchísimos tomos de libros de Derecho y Abogacía, todos similares entre sí, y se detiene detrás del escritorio. Se puede oír muy bajito el sonido de la ducha.
MARÍA mueve cuidadosamente el enorme sillón de cuero con rueditas para poder abrir el cajón del escritorio. Sobre el escritorio hay papeles y carpetitas de cartón perfectamente ordenadas, una pluma, un lujoso monitor de computadora y dos fotografías enmarcadas: una horizontal en la que una joven MARÍA con un vestido blanco besa RICARDO, que en ese entonces tenía barba en toda la cara y vestía un smoking; y la otra vertical muestra a sólo a RICARDO con ropa de ski y anteojos de sol, sonriendo alegremente en un paisaje nevado.
     La mano de MARÍA gira una pequeña llavecita plateada introducida en el cerrojo del cajón y un suave CLICK retumba en el estudio, vacío excepto por MARÍA. Abre el cajón, retira un falso fondo y podemos ver un fajo de billetes de 100 dólares y un pilón de papeles abrochados cuya carátula dice SEGURO DE VIDA. Los dedos de su mano con uñas perfectamente esculpidas y bonitos anillos de oro acarician la carátula, pasando sobre ítems que dicen:
         ASEGURADO: Ricardo Bonfranceschi
         BENEFICIARIA: María Lorenzo de Bonfranceschi
         MONTO DE LA PÓLIZA: US$500.000
     El número 500.000 está marcado con resaltador amarillo. MARÍA sonríe ampliamente con la boca abierta y levanta las pupilas dejando los ojos casi en blanco con una mueca parecida a la del placer sexual.

ESC. 3: INTERIOR. PENTHOUSE / BAÑO. DE DÍA
     Las manos de RICARDO cierran las canillas de la ducha. Inmediatamente, el agua deja de salir y sólo queda una nube de vapor.

ESC 4: INTERIOR. PENTHOUSE / ESTUDIO DE RICARDO. DE DÍA
     El sonido de la ducha, hasta entonces escuchándose bajito, cesa repentinamente. MARÍA se sobresalta, coloca el falso fondo y cierra el cajón de manera atolondrada – sin echarle llave – y sale corriendo del estudio.

ESC. 5: INTERIOR. LIVING. DE DÍA
     RICARDO está de pie, vestido de traje y corbata, perfectamente afeitado y con el pelo peinado con gel hacia atrás. En una mano sostiene una taza de café. MARÍA camina apresurada alrededor suyo, vigilándolo de reojo y evitando el contacto visual. De espaldas a RICARDO, MARÍA endereza dos cuadritos colgados de la pared: en uno podemos ver a los dos, de noche, delante de Torre Eiffel; en el otro, a MARÍA sola con una raqueta de tenis y uniforme acorde.
     RICARDO bebe el café que le queda de un trago, apoya la taza sobre la mesa ratona y agarra el maletín del cómodo sillón de terciopelo que está junto a la mesita. A oír este movimiento MARÍA lo observa, disimulando con poco éxito una mirada de terror. RICARDO blande una sonrisa inocente, las cejas alzadas en una mueca sincera y le da un piquito a MARÍA.

ESC. 6: EXTERIOR. CALLE DOBLE MANO / AUTO DE JULIÁN. DE DÍA
     JULIÁN conduce su auto destartalado, fumando con la ventanilla baja, moviendo la cabeza al compás de “(I can get no) Satisfaction” de The Rolling Stones que suena en el estéreo. Es joven, rubio, bronceado y atlético. Viste una visera blanca con el logo de Nike, una muñequera de la misma marca, y una chomba deportiva. Sobre el asiento del acompañante hay un bolso deportivo del que sobresale una raqueta de tenis.
     Por el parabrisas, vemos venir en dirección opuesta un impecable BMW negro manejado por RICARDO. El BMW hace luces y emite el clásico bocinazo “a lo Carlitos Balá” (¡pip-piribi-pip… pip, pip!). JULIÁN alza la mano que sostiene el cigarrillo en señal de saludo, pero cuando RICARDO pasa de largo una mueca de desprecio se dibuja en el rostro de JULIÁN.
     JULIÁN da una última larga pitada al consumido cigarrillo y lo tira por la ventana. Sonríe maliciosamente.

ESC. 7: INTERIOR. PENTHOUSE / DORMITORIO. DE DÍA
     MARÍA saca una valija de abajo de la cama de dos plazas y la coloca encima del colchón. Mientras baila sin música guarda las últimas prendas en la valija. Hay dos mesitas de luz idénticas, una a cada lado de la cama; encima de una de ellas hay un libro titulado DERECHO PENAL y encima de la otra un libro de Isabel Allende. MARÍA abre el libro de Isabel Allende, y descubrimos que usa como separador un par de pasajes de avión y un sobre con las palabras “Para mis padres y María” en tinta azul. Cierra el cierre de la valija y coloca el libro, los pasajes  y el sobre encima. Con una pícara sonrisa agarra uno de los pasajes y vemos que lee detenidamente:
         AMERICAN AIRLINES
         LOPEZ/JULIAN
         NUEVA YORK JFK AIRPORT
     Sostiene el pasaje contra su pecho y lo acurruca amorosamente.

ESC. 8: INTERIOR. PENTHOUSE / PASILLO EXTERIOR. DE DÍA
     Las puertas corredizas metalizadas del ascensor están cerradas. Encima de ellas vemos los circulitos iluminarse cada vez que el ascensor pasa por ese número de piso. Finalmente, el circulito con las letras PH se ilumina. Se oye un CLIN y las puertas se abren dejándonos ver a JULIÁN, mascando chicle, con un ramo de flores en una mano y el bolso deportivo – con el mango de la raqueta de tenis asomando - en la otra.

ESC. 9: INTERIOR. PENTHOUSE / BAÑO. DE DÍA
     MARÍA se maquilla mirándose al espejo. La póliza del seguro de vida de RICARDO está sobre el lavabo. Un timbrazo largo la interrumpe. Asustada, se lleva una mano al corazón. Mira el reloj de pulsera y echa a reír a carcajadas.

ESC. 10: INTERIOR. PENTHOUSE / LIVING. DE DÍA
     JULIÁN besa apasionadamente a MARÍA, cerrando la puerta de entrada al penthouse sin mirar y de una patada. Mientras se besan caminan a ciegas llevándose por delante algunos muebles. JULIÁN deja caer el bolso deportivo al suelo y lanza a MARÍA al sillón de terciopelo, saltándole encima. MARÍA, que todavía tiene las flores en la mano, las apoya sobre la mesa ratona y sigue besándose con JULIÁN mientras le saca la remera.

ESC. 11: INTERIOR. PENTHOUSE / COCINA. DE DÍA / ATARDECER
     MARÍA, muy despeinada y con la pintura algo corrida, saca una hielera del congelador y la apoya sobre la mesada. A continuación, muy tensa y mirando el reloj de pulsera, corre un azulejo de la pared y saca del hueco secreto un pequeño frasquito de vidrio con el dibujo de una calavera. Examina a la luz el líquido de su interior y lo apoya junto a la hielera. Detrás de ella vemos a JULIÁN fumando un cigarrillo. En cuero, musculoso, la abraza de atrás y empieza a besarla en la nuca. Ella suspira aflojando los músculos, ronronea y cierra los ojos con placer. Gira la cabeza y lo besa tiernamente en la mejilla.
     De pronto suena el timbre “a lo Carlitos Balá”. MARÍA mira a JULIÁN con temor. Él le devuelve la mirada con los ojos enormes de ansiedad pero tratando de mantener la calma. Ella asiente, se acomoda la falda y camina fuera de la cocina.

ESC. 12: INTERIOR. PENTHOUSE / LIVING. DE NOCHE
     MARÍA está preparada para abrir la puerta de entrada al penthouse pero espera a JULIÁN ponerse la remera y la visera, tomar su bolso deportivo del suelo y agacharse detrás de un mueble que exhibe botellas de licores importados. Cuando JULIÁN está oculto por completo, MARÍA abre la puerta de entrada al penthouse y vemos a RICARDO – cansado pero sonriente.
RICARDO se acerca a MARÍA para besarla. Ella, muy tensa, da un paso para atrás pero RICARDO le pone una mano detrás de la nuca y la acerca a su cuerpo para darle un piquito. Luego camina dentro del penthouse, revolea el maletín sobre el sillón de terciopelo y se sienta al lado de donde cayó el maletín. MARÍA cierra la puerta despacio, se apoya en ella y respira hondo. Nuevamente evita mirar a su marido a los ojos.
En el centro de la mesa ratona están las flores que JULIÁN trajo a MARÍA en un florero con agua y al lado el diario Ámbito Financiero. RICARDO agarra el diario y se acomoda en el sillón, apoya los pies sobre la mesita y se saca cada zapato empujando desde el talón con el pie opuesto.
MARÍA agarra una botella de Chivas Regal 25 Year Old del mueble de los licores importados y sirve un poco en un vaso de vidrio octogonal. Mientras ella prepara el trago, JULIÁN se asoma y la mira expectante pero ella hace una seña entre asustada y enojada indicándole que se agache. Se voltea para vigilar a RICARDO y lo ve en el sillón, de espaldas a ellos y distraído con el diario. MARÍA mira el vaso de whiskey, mira furtivamente a RICARDO y camina apurada en dirección a la cocina.
JULIÁN se asoma otro poco para espiar. Un momento después MARÍA reaparece con el vaso de whiskey en la mano, que ahora tiene hielo, y JULIÁN vuelve a agacharse.
MARÍA apoya el vaso sobre la mesa ratona. RICARDO la mira y sonríe. Ella sonríe también, pero baja la mirada al suelo. Se dispone a marcharse de su lado cuando RICARDO se incorpora en el sillón, apoya el diario en la mesa ratona, agarra el vaso de whiskey con una mano y la mano de MARÍA con la otra. RICARDO besa suavemente la mano de uñas esculpidas. MARÍA le sostiene la mirada, pero no sonríe y se limita a mirarlo sin ninguna expresión. Él la deja ir y ella vuelve a acomodar la foto de la Torre Eiffel.
RICARDO, ahora sentado en la punta del sillón y encorvado sobre la mesa ratona, lee el diario apoyado en la mesa sin sostenerlo. Acerca el vaso de whiskey a la boca.
JULIÁN, peligrosamente asomado detrás del mueble con las botellas de licores, intercambia una mirada con MARÍA y le guiña un ojo.
RICARDO aleja el vaso sin beber. Lo apoya en la mesa y cambia la página del diario.
MARÍA mira a JULIÁN aterrorizada y éste levanta los hombros.
JULIÁN comienza a salir de su escondite con expresión decidida pero MARÍA, que ve a RICARDO volviendo a agarrar el vaso, extiende bruscamente la palma en una desesperada señal de “¡alto!”.
RICARDO acerca el vaso a sus labios. Apoya los labios en el borde.
Las uñas esculpidas son mordidas incesantemente por MARÍA.
RICARDO inclina el vaso para que su contenido se desplace hacia su boca. Suelta el vaso, que se hace pedazos contra el suelo de parquet. Empieza a sufrir convulsiones. Se oprime el pecho con fuerza. Mira a su MARÍA desesperanzado y se desploma sobre la mesa ratona tirando el florero al piso.
Emocionado, JULIÁN da unos golpes sobre el mueble, se pone de pie y abraza y besa a MARÍA con fuerza. MARÍA sale entre corriendo y bailando entusiasmada, y se mete en el baño.
JULIÁN toma whiskey del pico de la botella de Chivas Regal y larga una estruendosa carcajada.
MARÍA reaparece con el sobre que dice “Para mis padres y María” en tinta azul y lo coloca cuidadosamente sobre la mesa ratona, al lado de la cabeza boquiabierta de ojos desorbitados de RICARDO.
La mano de RICARDO se aferra a la muñeca de MARÍA con un movimiento rapidísimo. MARÍA lanza un grito de horror.
JULIÁN deja caer la botella de Chivas Regal, que golpea el piso con un ruido sordo pero no se rompe. Mira para todos lados y se inclina en posición para salir corriendo.
RICARDO se pone de pie de un salto. Todavía agarrando a MARÍA por la muñeca la hace girar como en un brusco movimiento de baile para poder abrazarla de atrás. Sujetándola como a un rehén, corre con ella hasta la puerta de entrada al penthouse y bloquea el camino de salida de JULIÁN. Con el ceño fruncido, mirando fijo a JULIÁN, RICARDO emite un grito de furia que se convierte en una carcajada demente.

ESC. 13: INTERIOR. COMISARÍA / CUARTO DE FOTOGRAFÍA. DE DÍA
     Vistiendo un overol naranja brillante, delante de una pared con líneas que indican distintas medidas de altura, JULIÁN sostiene un letrero con un número y es fotografiado primero de costado y luego de frente.
     Acto seguido, vestida de manera similar y sosteniendo un letrero con otro número, MARÍA es fotografiada también de costado. Cunado se para de frente podemos verla negar suavemente con la cabeza al borde de las lágrimas, con la boca torcida en una mueca de angustia. Finalmente oye el CHIC de la cámara fotográfica y el destello de luz blanca del flash le enceguece la visión.

Goodfella'
 
(*) Esta secuencia, escrita en clave guión, surgió a partir de un trabajo para la materia Taller de Creatividad y está basado en un cuento propuesto por el profesor Sebastián Caulier. 

domingo, 26 de diciembre de 2010

El Océano

Le decían Alpargata porque no servía para ningún deporte. Un día un equivocado se equivocó y le dijo Ojota, y todos nos reímos igual porque el chiste seguía teniendo sentido. Pero más sentido tuvo para él, porque le gustaba nadar. A menudo nadaba en lagos y en lagunas, y ríos y mares. Ríos de colores donde todo era posible, todo dentro de su cabeza, por supuesto. Mares de imaginación sin olas, ni sal, ni peces, aunque a veces muy profundos.

Cansado de la burla de nosotros - sus amigos - anunció un día que había encontrado su razón de ser, su lugar en el mundo, su función en esta vida. Se calzó las ojotas, luego se las descalzó y saltó del trampolín a la piscina sin titubear. Nosotros mirábamos entre asombrados y entretenidos, anonadados pero divertidos. Apostábamos quién sería el primero que tendría que meterse para rescatarlo y le gritábamos nuevas bromas improvisadas para distraerlo. Pero él no escuchaba. Él sólo nadaba. Y nadó por un rato, nadó bien. Pero después salió y nos comunicó un poco decepcionados, que creía que aquel lugar le quedaba demasiado chico.

Inmediatamente se vistió y volvió a cazarse las ojotas. Sin equipaje, arrancó su auto y partió para la costa. Nosotros fuimos con él. ¿Qué otras cosas podríamos haber hecho más que acompañarlo, sabiendo que eso es lo que hacen los amigos? Cuando llegó a la orilla intentamos persuadirlo por última vez para que no lo hiciera. Lo intentamos con palabras y con humor, ya que ese era nuestro estilo, pero nunca mediante la fuerza. Dijo que nadaría por todo el Océano Atlántico y llegaría hasta África, y entonces nos llamaría por teléfono y nos contaría cómo le había ido para que nos quedáramos más tranquilos. Es cierto que nos asustamos un poco al principio pero al ver la determinación con la que brillaban sus ojos, no pudimos hacer nada más que brindarle todo nuestro apoyo. Lo seguimos con la vista hasta que se convirtió en menos que una manchita negra a la altura del horizonte. Todavía movía sus brazos y pataleaba con entusiasmo, y salía cada tanto para respirar. Por momentos se daba vuelta para ver si seguíamos ahí y nos saludaba desde lejos.

Después volvimos y esperamos su llamado, pero nunca llamó. A lo mejor no hay teléfonos en África, o él no sabe qué característica tiene que marcar. A lo mejor, se topó con alguna isla paradisíaca en su camino y se olvidó de avisarnos, tan despistado que es. O tal vez simplemente no llama porque está un poco deprimido. Conociéndolo, es probable que, al igual que la piscina, el océano también le haya quedado demasiado chico.

Andrés Pascaner

sábado, 25 de diciembre de 2010

"La Cena" (*)

"¿Y si piensan que soy un psicópata?" pregunta Emiliano con ganas de huir.

Maggie ríe esa risa que le encanta - esa que parece estar en el límite entre la cordura y la locura - y con eso le basta. Emiliano atraviesa el umbral de la puerta de la casa de Maggie como quien desfila por el pasillo de los condenados a muerte. Es oficial: está de novio y va a conocer a sus padres.

En una mano tiene un ramo de flores para la mamá de Maggie, en la otra un vino para el papá. Una gota de transpiración le baja por la raja del culo y otra de líquido preseminal (gracias al incentivo que le dio Maggie mientras estacionaban el coche) se expande por sus calzoncillos de algodón comprados para la ocasión. Pero lo que más le preocupa es el botón del cuello de la camisa. No sabe qué carajo hacer con él.

La iluminación es tenue y el olor a comida casera cociéndose en el horno, inconfundible. Emiliano apoya torpemente sus ofrendas en alguna mesita, evita pasar demasiado tiempo frente a los miles de portarretratos por miedo a parecer un espía de la Guerra Fría y pregunta si ayuda con algo. Diego (Dieguito), el hermano menor de Maggie, acomoda los últimos cubiertos de plata y candelabros, y responde que no. Que no hace falta. La cajita de preservativos resuena en el bolsillo del pantalón de gabardina como el corazón delator de Poe. Emiliano trata de tapar el sonido con una risita nerviosa. Se sienta a la mesa en la silla más alejada de la cabecera y coloca una servilleta en la falda. Todo indica que la cena con los padres de Maggie está a punto de comenzar.

Sin embargo, en el sótano de su casa, aunque ni Maggie ni Dieguito ni Emiliano lo sospechen, el par de encapuchados que salió en las noticias descuartizan al Señor y la Señora Heller. Con un hacha trozan las extremidades y con un cuchillo de carnicero pican su carne cuidadosamente, y la meten a la caldera.

"¿Vieron lo que salió en el diario? ¡Un par de locos anda suelto por el barrio haciendo empanadas humanas!" exclama Dieguito con entusiasmo.

"¡Ay Diego! ¡Qué cosa más fea para hablar en la mesa!" le reprocha Maggie y le ofrece a Emiliano una mirada cargada de disculpas.

Emiliano ríe nervioso de vuelta. No ve la hora de que la cena empiece, para que pueda terminar cuanto antes. Ya quisiera acabar con todo ese protocolo absurdo pero necesario si quiere llevar a Maggie a la cama por primera vez. Por suerte, en ese momento el Señor y la Señora Castelano, los padres de Maggie, emergen del sótano, saludan a Emiliano formalmente y apoyan en la mesa la bandeja con una deliciosa entrada.

Andrés Pascaner

(*) Otra vez otro cuento que surge a partir de una consigna del profesor Germán Serain en la materia Taller de Escritura (espero que si lee esto me disculpe el atrevimiento de usar su nombre). Esta vez, las instrucciones eran sencillas: escribir una historia sórdida. Supongo que la parte de los descuartizadores caníbales seriales y palabras como "sótano" y "caldera" colaboraron para generar el clima adecuado; pero estoy seguro que aquellos que hayan experimentado el protocolo de la presentación familiar sabrán dónde reside el verdadero terror de la historia. 

viernes, 24 de diciembre de 2010

"Tres Cajitas" (*)

Se lo regalaron para Navidad. En realidad se lo regalaron un par de semanas antes de Navidad, pero fue tan importante que Matías no se amargó cuando no encontró un paquete que dijera Matías debajo del arbolito. Era un Fiat 128 Súper Europa, ese que parece tres cajitas unidas con pegamento; una cajita en el lugar del capó, otra más alta en el medio y otra igual que la primera en el baúl. Era azul. Era modelo '89, igual que Matías. Era su mejor amigo.

Matías trabajaba en una fábrica de alfombras a unos cuarenta minutos de su casa cuando iba en tren. A diecisiete con el auto. Pero los veintitrés minutos diarios que se ahorraba para ir al trabajo y los veintitrés minutos diarios que escatimaba de regreso a casa estaban lejos de ser la principal ventaja del Súper Europa. Para Matías, lo más asombroso de ese fantástico mundo nuevo era no tener que volver a viajar en tren. Nunca más. Por fin no volvería a estar tan cerca de un extraño como para poder besarlo en la boca, como para poder respirar su mal aliento. Por fin no volvería a necesitar la cálida transpiración del resto de los pasajeros para calentarse en invierno y refrigerarse en verano. Por fin dejaría de sentirse una cabeza de ganado rumbo al matadero. Esas tres cajitas azules unidas con pegamento, ese regalo que no fue precisamente de Navidad, cambió la vida de Matías.

El día que la vida de Matías cambió por segunda vez, volvía a su casa de la fábrica de alfombras en el Súper Europa. Como siempre, tenía la ventanilla baja y el estéreo a todo volumen. Que el mundo se entere que soy fan de Green Day. A las tres y tres minutos frenó en el semáforo de Maipú y Ugarte. No puso el cambio en punto muerto, sino que lo mantuvo en primera y dejó el embriague apretado; una vieja manía de la que no sabía despegarse. El estéreo enmudeció por ese par de segundos que tarda en terminar "Wake Me Up When September Ends" para dar comienzo a "Minority", y el mundo quedó en silencio. Fue en ese instante que Matías echó un instintivo vistazo al coche detenido a su izquierda. Auto negro con vidrios negros, varias decenas de miles de dólares más impuestos, porque sólo se trae de afuera. Hombre grande de mirada helada y corte militar al volante. Hombre joven de mirada ambiciosa y rasgos sajones en el lugar del acompañante. El tipo del corte militar le hizo un gesto al extranjero, y los dos enmudecieron igual que el estéreo de Matías. Los dos miraron al mejor amigo del Fiat 128 Súper Europa. Los ojos del hombre al volante eran profundos y negros como la entrada del infierno; los del copiloto extranjero, los botones que activaban una bomba plantada en el interior de Matías. 

Matías arrancó. Los neumáticos lloraron a modo de protesta; Matías nunca los trataba así de mal. Cruzó el semáforo en rojo, todavía pensando en lo que había escuchado. Algo sobre que el presidente moriría ese mismo día. ¿Y el tipo de aspecto yanqui? ¿De dónde le sonaba? ¿Podía ser el prometedor empresario que la tele dijo que llegó al país el día anterior? ¿Podían ser dos desconocidos hablando trivialidades en un coche importado? ¿Por qué mierda voy con la ventanilla baja? ¿Por mierda hoy no tomé el tren? Minority ya sonaba. Dos policías de tránsito le indicaron que se detuvieran. Uno de ellos se acercó para regañarlo, soltarle el discursillo sobre conciencia y seguridad vial. Hacerle su primera multa. A Matías todo eso le parecía ajeno, como si pasara en una galaxia muy, muy lejana. Matías sólo tenía ojos para su espejo retrovisor que le mostraba horrorizado al coche importado arrancando detrás suyo, pasando también en rojo, siendo detenido por el control policial. El policía de tránsito que no lo regañó ni le soltó el discurso ni le hizo la multa se acercó al coche importado. El policía de tránsito era moreno, pero su rostro se tornó blanco cuando el tipo del corte militar le mostró una placa. El policía de tránsito moreno pálido les indicó que siguieran; en el espejo retrovisor se lo podía adivinar disculpándose. El coche importado arranco y pasó junto al Súper Europa a paso de hombre. El acompañante extranjero, ese que tal vez le sonaba a Matías del noticiero o de ningún lado, anotaba la patente del auto de Matías o cualquier otra cosa.

Matías llegó a destino pensando sólo dos cosas: que el presidente moriría ese mismo día, y que él moriría también. Abandonó el Súper Europa con desdén impropio y se metió en su casa para tratar de aclarar las ideas. No había nadie y era una suerte. Ver a cualquiera de sus padres, ese par de gente linda que le regaló tanta alegría un par de semanas antes de Navidad, y saber que puso sus vidas en peligro le habría roto el corazón. El semáforo de Maipú y Ugarte. A pocas cuadras de la quinta de Olivos. Matías entendió de golpe lo que tenía que hacer. Regresaría a la casa presidencial y les diría lo que había oído. Hablaría con el presidente en persona de ser necesario.

Matías arrancó el motor. El Súper Europa despegó a una velocidad incontrolable. En menos de diecisiete minutos, mucho menos, estuvo de vuelta en el lugar que cambió su vida por segunda vez. A la altura de la quinta de Olivos dobló en U sin ver para los dos lados y sin ver la limusina estacionada contra la que se estrelló. El chofer se salvó. El presidente de la Nación y el custodio de turno en el asiento trasero no corrieron con la misma suerte. Matías también sobrevivió aunque nunca volvió a ver a su mejor amigo, ahora una sola cajita compacta y corrugada color azul despintado.

Goodfella'

(*) Este cuento lo escribí en el receso entre el primer cuatrimestre y el segundo cuatrimestre de la carrera de Guionista, en el ISER, y lo entregué como tarea para las vacaciones de la materia Taller de Escritura. Sin embargo, cometí una tarde la osadía de escribirlo por puro placer y de amoldarlo después a las exigencias de una consigna. Inspirado en un Fiat 147 Spacio (ese que parece un número cuatro). Mucha gente me pregunta por qué subo cuentos a Internet que no están registrados. Supongo que la respuesta más sincera es que soy un poco pelotudo. La que doy en general, no obstante, es que aquellos que me importan me vieron escribiendo esto de la nada, palabra por palabra, la primera vez.