viernes, 24 de diciembre de 2010

"Tres Cajitas" (*)

Se lo regalaron para Navidad. En realidad se lo regalaron un par de semanas antes de Navidad, pero fue tan importante que Matías no se amargó cuando no encontró un paquete que dijera Matías debajo del arbolito. Era un Fiat 128 Súper Europa, ese que parece tres cajitas unidas con pegamento; una cajita en el lugar del capó, otra más alta en el medio y otra igual que la primera en el baúl. Era azul. Era modelo '89, igual que Matías. Era su mejor amigo.

Matías trabajaba en una fábrica de alfombras a unos cuarenta minutos de su casa cuando iba en tren. A diecisiete con el auto. Pero los veintitrés minutos diarios que se ahorraba para ir al trabajo y los veintitrés minutos diarios que escatimaba de regreso a casa estaban lejos de ser la principal ventaja del Súper Europa. Para Matías, lo más asombroso de ese fantástico mundo nuevo era no tener que volver a viajar en tren. Nunca más. Por fin no volvería a estar tan cerca de un extraño como para poder besarlo en la boca, como para poder respirar su mal aliento. Por fin no volvería a necesitar la cálida transpiración del resto de los pasajeros para calentarse en invierno y refrigerarse en verano. Por fin dejaría de sentirse una cabeza de ganado rumbo al matadero. Esas tres cajitas azules unidas con pegamento, ese regalo que no fue precisamente de Navidad, cambió la vida de Matías.

El día que la vida de Matías cambió por segunda vez, volvía a su casa de la fábrica de alfombras en el Súper Europa. Como siempre, tenía la ventanilla baja y el estéreo a todo volumen. Que el mundo se entere que soy fan de Green Day. A las tres y tres minutos frenó en el semáforo de Maipú y Ugarte. No puso el cambio en punto muerto, sino que lo mantuvo en primera y dejó el embriague apretado; una vieja manía de la que no sabía despegarse. El estéreo enmudeció por ese par de segundos que tarda en terminar "Wake Me Up When September Ends" para dar comienzo a "Minority", y el mundo quedó en silencio. Fue en ese instante que Matías echó un instintivo vistazo al coche detenido a su izquierda. Auto negro con vidrios negros, varias decenas de miles de dólares más impuestos, porque sólo se trae de afuera. Hombre grande de mirada helada y corte militar al volante. Hombre joven de mirada ambiciosa y rasgos sajones en el lugar del acompañante. El tipo del corte militar le hizo un gesto al extranjero, y los dos enmudecieron igual que el estéreo de Matías. Los dos miraron al mejor amigo del Fiat 128 Súper Europa. Los ojos del hombre al volante eran profundos y negros como la entrada del infierno; los del copiloto extranjero, los botones que activaban una bomba plantada en el interior de Matías. 

Matías arrancó. Los neumáticos lloraron a modo de protesta; Matías nunca los trataba así de mal. Cruzó el semáforo en rojo, todavía pensando en lo que había escuchado. Algo sobre que el presidente moriría ese mismo día. ¿Y el tipo de aspecto yanqui? ¿De dónde le sonaba? ¿Podía ser el prometedor empresario que la tele dijo que llegó al país el día anterior? ¿Podían ser dos desconocidos hablando trivialidades en un coche importado? ¿Por qué mierda voy con la ventanilla baja? ¿Por mierda hoy no tomé el tren? Minority ya sonaba. Dos policías de tránsito le indicaron que se detuvieran. Uno de ellos se acercó para regañarlo, soltarle el discursillo sobre conciencia y seguridad vial. Hacerle su primera multa. A Matías todo eso le parecía ajeno, como si pasara en una galaxia muy, muy lejana. Matías sólo tenía ojos para su espejo retrovisor que le mostraba horrorizado al coche importado arrancando detrás suyo, pasando también en rojo, siendo detenido por el control policial. El policía de tránsito que no lo regañó ni le soltó el discurso ni le hizo la multa se acercó al coche importado. El policía de tránsito era moreno, pero su rostro se tornó blanco cuando el tipo del corte militar le mostró una placa. El policía de tránsito moreno pálido les indicó que siguieran; en el espejo retrovisor se lo podía adivinar disculpándose. El coche importado arranco y pasó junto al Súper Europa a paso de hombre. El acompañante extranjero, ese que tal vez le sonaba a Matías del noticiero o de ningún lado, anotaba la patente del auto de Matías o cualquier otra cosa.

Matías llegó a destino pensando sólo dos cosas: que el presidente moriría ese mismo día, y que él moriría también. Abandonó el Súper Europa con desdén impropio y se metió en su casa para tratar de aclarar las ideas. No había nadie y era una suerte. Ver a cualquiera de sus padres, ese par de gente linda que le regaló tanta alegría un par de semanas antes de Navidad, y saber que puso sus vidas en peligro le habría roto el corazón. El semáforo de Maipú y Ugarte. A pocas cuadras de la quinta de Olivos. Matías entendió de golpe lo que tenía que hacer. Regresaría a la casa presidencial y les diría lo que había oído. Hablaría con el presidente en persona de ser necesario.

Matías arrancó el motor. El Súper Europa despegó a una velocidad incontrolable. En menos de diecisiete minutos, mucho menos, estuvo de vuelta en el lugar que cambió su vida por segunda vez. A la altura de la quinta de Olivos dobló en U sin ver para los dos lados y sin ver la limusina estacionada contra la que se estrelló. El chofer se salvó. El presidente de la Nación y el custodio de turno en el asiento trasero no corrieron con la misma suerte. Matías también sobrevivió aunque nunca volvió a ver a su mejor amigo, ahora una sola cajita compacta y corrugada color azul despintado.

Goodfella'

(*) Este cuento lo escribí en el receso entre el primer cuatrimestre y el segundo cuatrimestre de la carrera de Guionista, en el ISER, y lo entregué como tarea para las vacaciones de la materia Taller de Escritura. Sin embargo, cometí una tarde la osadía de escribirlo por puro placer y de amoldarlo después a las exigencias de una consigna. Inspirado en un Fiat 147 Spacio (ese que parece un número cuatro). Mucha gente me pregunta por qué subo cuentos a Internet que no están registrados. Supongo que la respuesta más sincera es que soy un poco pelotudo. La que doy en general, no obstante, es que aquellos que me importan me vieron escribiendo esto de la nada, palabra por palabra, la primera vez.     

2 comentarios:

  1. No está mal que publiques en Internet. Pero insisto en esto: Goodfella puede ser cualquier persona. Publicá con tu nombre y apellido, no sólo para que se te conozca, sino para que el día de mañana, llegado el caso, puedas demostrar que estos cuentos son tuyos. El material, ya te lo dije, es REALMENTE bueno. Te felicito una vez más. Me gustan mucho tus ideas y tu manera de resolverlas. Abrazo.

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  2. ¡Muchas gracias Germán! Tomo tu sugerencia para la próxima entrada y la firmo con mi nombre verdadero. ¡Abrazo y Felices Fiestas!

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