domingo, 26 de diciembre de 2010

El Océano

Le decían Alpargata porque no servía para ningún deporte. Un día un equivocado se equivocó y le dijo Ojota, y todos nos reímos igual porque el chiste seguía teniendo sentido. Pero más sentido tuvo para él, porque le gustaba nadar. A menudo nadaba en lagos y en lagunas, y ríos y mares. Ríos de colores donde todo era posible, todo dentro de su cabeza, por supuesto. Mares de imaginación sin olas, ni sal, ni peces, aunque a veces muy profundos.

Cansado de la burla de nosotros - sus amigos - anunció un día que había encontrado su razón de ser, su lugar en el mundo, su función en esta vida. Se calzó las ojotas, luego se las descalzó y saltó del trampolín a la piscina sin titubear. Nosotros mirábamos entre asombrados y entretenidos, anonadados pero divertidos. Apostábamos quién sería el primero que tendría que meterse para rescatarlo y le gritábamos nuevas bromas improvisadas para distraerlo. Pero él no escuchaba. Él sólo nadaba. Y nadó por un rato, nadó bien. Pero después salió y nos comunicó un poco decepcionados, que creía que aquel lugar le quedaba demasiado chico.

Inmediatamente se vistió y volvió a cazarse las ojotas. Sin equipaje, arrancó su auto y partió para la costa. Nosotros fuimos con él. ¿Qué otras cosas podríamos haber hecho más que acompañarlo, sabiendo que eso es lo que hacen los amigos? Cuando llegó a la orilla intentamos persuadirlo por última vez para que no lo hiciera. Lo intentamos con palabras y con humor, ya que ese era nuestro estilo, pero nunca mediante la fuerza. Dijo que nadaría por todo el Océano Atlántico y llegaría hasta África, y entonces nos llamaría por teléfono y nos contaría cómo le había ido para que nos quedáramos más tranquilos. Es cierto que nos asustamos un poco al principio pero al ver la determinación con la que brillaban sus ojos, no pudimos hacer nada más que brindarle todo nuestro apoyo. Lo seguimos con la vista hasta que se convirtió en menos que una manchita negra a la altura del horizonte. Todavía movía sus brazos y pataleaba con entusiasmo, y salía cada tanto para respirar. Por momentos se daba vuelta para ver si seguíamos ahí y nos saludaba desde lejos.

Después volvimos y esperamos su llamado, pero nunca llamó. A lo mejor no hay teléfonos en África, o él no sabe qué característica tiene que marcar. A lo mejor, se topó con alguna isla paradisíaca en su camino y se olvidó de avisarnos, tan despistado que es. O tal vez simplemente no llama porque está un poco deprimido. Conociéndolo, es probable que, al igual que la piscina, el océano también le haya quedado demasiado chico.

Andrés Pascaner

3 comentarios:

  1. Yo ya lo leí este, ni bien lo escribiste...

    ¡Muy bueno, voy a ir leyendo los de abajo también!

    Fe de erratas: 2do parrafo, "anunción" sería "anunció"

    Y última oración, "porbable" sería "probable"

    ;)

    ResponderEliminar
  2. Eso. Esté atento a esta clase de detalles, Sr. Autor, que de lo contrario su trabajo se desluce. ¿No se lo había dicho ya, en otras ocasiones?

    Otra cosa: La frase "Cuando llegó a la orilla intentamos persuadirlo para que no lo hiciera una última vez" quedaría mejor así: "Cuando llegó a la orilla intentamos persuadirlo por última vez para que no lo hiciera". Del otro modo, parece que se trata de que no lo haga por última vez, sino que lo repita luego. ¿Se entiende?...

    Abrazo.

    ResponderEliminar
  3. ¡Gracias por los aportes y los comentarios! Como verán, son tenidos en cuenta... ¡Saludos y feliz año!

    ResponderEliminar