sábado, 25 de diciembre de 2010

"La Cena" (*)

"¿Y si piensan que soy un psicópata?" pregunta Emiliano con ganas de huir.

Maggie ríe esa risa que le encanta - esa que parece estar en el límite entre la cordura y la locura - y con eso le basta. Emiliano atraviesa el umbral de la puerta de la casa de Maggie como quien desfila por el pasillo de los condenados a muerte. Es oficial: está de novio y va a conocer a sus padres.

En una mano tiene un ramo de flores para la mamá de Maggie, en la otra un vino para el papá. Una gota de transpiración le baja por la raja del culo y otra de líquido preseminal (gracias al incentivo que le dio Maggie mientras estacionaban el coche) se expande por sus calzoncillos de algodón comprados para la ocasión. Pero lo que más le preocupa es el botón del cuello de la camisa. No sabe qué carajo hacer con él.

La iluminación es tenue y el olor a comida casera cociéndose en el horno, inconfundible. Emiliano apoya torpemente sus ofrendas en alguna mesita, evita pasar demasiado tiempo frente a los miles de portarretratos por miedo a parecer un espía de la Guerra Fría y pregunta si ayuda con algo. Diego (Dieguito), el hermano menor de Maggie, acomoda los últimos cubiertos de plata y candelabros, y responde que no. Que no hace falta. La cajita de preservativos resuena en el bolsillo del pantalón de gabardina como el corazón delator de Poe. Emiliano trata de tapar el sonido con una risita nerviosa. Se sienta a la mesa en la silla más alejada de la cabecera y coloca una servilleta en la falda. Todo indica que la cena con los padres de Maggie está a punto de comenzar.

Sin embargo, en el sótano de su casa, aunque ni Maggie ni Dieguito ni Emiliano lo sospechen, el par de encapuchados que salió en las noticias descuartizan al Señor y la Señora Heller. Con un hacha trozan las extremidades y con un cuchillo de carnicero pican su carne cuidadosamente, y la meten a la caldera.

"¿Vieron lo que salió en el diario? ¡Un par de locos anda suelto por el barrio haciendo empanadas humanas!" exclama Dieguito con entusiasmo.

"¡Ay Diego! ¡Qué cosa más fea para hablar en la mesa!" le reprocha Maggie y le ofrece a Emiliano una mirada cargada de disculpas.

Emiliano ríe nervioso de vuelta. No ve la hora de que la cena empiece, para que pueda terminar cuanto antes. Ya quisiera acabar con todo ese protocolo absurdo pero necesario si quiere llevar a Maggie a la cama por primera vez. Por suerte, en ese momento el Señor y la Señora Castelano, los padres de Maggie, emergen del sótano, saludan a Emiliano formalmente y apoyan en la mesa la bandeja con una deliciosa entrada.

Andrés Pascaner

(*) Otra vez otro cuento que surge a partir de una consigna del profesor Germán Serain en la materia Taller de Escritura (espero que si lee esto me disculpe el atrevimiento de usar su nombre). Esta vez, las instrucciones eran sencillas: escribir una historia sórdida. Supongo que la parte de los descuartizadores caníbales seriales y palabras como "sótano" y "caldera" colaboraron para generar el clima adecuado; pero estoy seguro que aquellos que hayan experimentado el protocolo de la presentación familiar sabrán dónde reside el verdadero terror de la historia. 

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